lunes, 6 de octubre de 2008

Su vida por un solo disparo.

Sabía que jamás entraría en su mundo. Estaba allí, a mi lado, observando atenta el cuadro, callada. Compartíamos el tiempo, pero nada más. Era consciente de que por su cabeza pasaban miles de ideas, la imaginación le bombardeaba la mente, y yo me moría por un solo disparo. Estaba enamorado de todo lo que intuía en ella, más que de lo que conocía. La abrazaba con fuerza, para estar cerca, y tratar de escuchar el alboroto de su interior, pero tan sólo me llegaban
susurros.Nunca llegaría a vivir las cosas con la intensidad que ella lo hacía, y la odiaba por ello. A veces sentía que no la quería, sino que quería ser ella. Me gustaba formar parte de su vida, porque de alguna manera formaba parte de ella. Quería estar en sus labios cuando encendía un cigarrillo, quería ser el pelo que le daba en la cara cuando hacía viento. Quería estar en su risa, en su llanto, en su desesperación, en su agonía; ser el gemido de su orgasmo.No podía perdonarle su egoísmo al guardarse su mundo. La muy imbécil pensaba que estaba a su lado por ella, no sería capaz de entender que era la vida que había en su interior lo que me ataba a su ser. Si pudiera la mataría, liberaría a su esencia de ese cuerpo incapaz de expresar todo lo que tiene dentro, de esos ojos que tanto esconden.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...bien, que maravillosa forma de expresar que la verdadera persona esta muy dentro de cada uno.. y podemos vernos a nosotros mismos como ajenos...
por eso el viejo refran
"nocete ipsum"