viernes, 17 de octubre de 2008

Demasiados cigarros.

No podía dejar de fumar, encendía un cigarrillo tras otro compulsivamente; necesitaba tener sus manos ocupadas en algo que no fuese recorrer su cuerpo pensando en él. Inundaba su boca con el repugnante sabor a tabaco para borrar los rastros de saliva de C.Trataba de olvidarlo pero era imposible. C. estaba en todas partes, en las sabanas, en las paredes, en el vaso de agua que siempre tiraba al suelo, en la extra a postura que adoptaba su pie derecho cuando se masturbaba pensando en él. Y en el espejo, donde había dejado sus ojos para observarla cada mañana.Con la mirada perdida dejaba entrar y salir el humo de sus pulmones, tratando de asimilar el estremecimiento de tocar su piel con el placer puramente físico de expulsar el humo. Besarlo era bien distinto, tan sólo comparable a los sueños en los que caes por un precipicio o a bajar desde la cuarta planta en los ascensores exteriores de cristal del Museo Reina Sofía en los que se encontraba ahora. Putas leyes cívicas que no dejan fumar en los ascensores. Desde los cristales sus ojos la observaban atentamente. Se podía decir que era C. quien se la fumaba a ella.

2 comentarios:

M a d a dijo...

Que esto no muera po!

Anónimo dijo...

bienn!!
cuando escribimos otro...
pp